jueves, 13 de junio de 2013

EPISTOLA


Distinguido caballero:  Espero que al recibo de la presente misiva, albergue en su memoria los instantes previos, intermedios y finales de nuestro último encuentro.


Vuesa merced se retiró, aquella noche, complacido de los afectos y entrega que esta piel propinó, sin decoro ni recato, a su afectísimo cuerpo.  Cuerpo que recibió sin queja alguna los caminos no acostumbrados de dos almas que se unen por mero placer.

Vuestras excesivas caricias y besos dispensados a esta humilde servidora han logrado teneros en la más alta estima.  En estos momentos de obediencia a los impulsos carnales y en gratitud a la gran odisea que vuestra nave propinó a estos océanos, es que solicito su distinguida presencia en mis aposentos.

Será esta noche, cuando mi adorado esposo, a quien espero que Dios ilumine, ampare y demore su llegada, se ausente de este hogar arrebozado en rutina y deberes nimios.

He de garantizaros que durante vuestra majestuosa y complaciente visita, me dedicaré con toda aplicación a devolveros en exceso, las caricias, besos y otras aplicaciones que no corresponde a una dama decir, sino que hacer.

Mi hidalgo favorito, no puedo reprimir el impulso de confesaros, que en esta ocasión, usted será testigo de mi desenfreno:  esta noche me sacaré el camisón de lona, me verá desnuda, andaré desnuda, lo cabalgaré desnuda.  

Así que anímese y llegue en prontitud sabiendo que todo solo obedece a mis impulsos carnales y el amor que usted profesa es una utopía. 
 Le saluda afectísima a la espera de vuestros fieles y placenteros servicios,

PROFETA DE BARES

4 comentarios:

MB dijo...

Una carta a la antigua usanza que, de seguro, agradará a su destinatario y a los que apreciamos el idoma y la ironía fina.
Gracias por tu visita.
Saludos

Recomenzar dijo...

muy interesantes tus escritos

TORO SALVAJE dijo...

El hidalgo debía dar volteretas de alegría al leer la epístola.

Besos.

Carlos Augusto Pereyra Martínez dijo...

Al aproximarme a la lectura de vuestra epístola he querido ser el blanco de tus encabalgamientos, y soñado que mis ojos, os miran en la más desorbitada de su órbitas, al apreciar vuestra desnudez de alabastro diamantino.

Muy buen texto y eróticamente relevante, que me trae a cuento los relatos de El Decamerón. Un abrazo. Carlos