lunes, 22 de marzo de 2010

RÉPLICAS DEL TERREMOTO

Olvidando la realidad que nos conmueve y sobrepasa, recuerdo...

Recuerdo que existe una planicie: suave, blanca; que en noches apacibles solía acariciar buscando horizontes donde sucumbir y renovar las energías acumuladas por la rutina.

Recuerdo cuando deteníamos el tiempo, y el tiempo se quedaba afuera devorando a su paso todo el mundo que no entraba a esta habitación. A este lecho testigo del zigzag de nuestras caderas, de los gemidos, de los besos y las manos ardientes que buscaban, siempre buscaban una nueva forma para convertirnos en un solo cuerpo.

Recuerdo, la desesperación placentera, esa paz esparcida en cuerpo-alma. El silencio interrumpido solamente, por la agitada respiración, que lenta, volvía a ser normal, entregándonos después, a los brazos de Morfeo.

Tantos recuerdos imposibles de revivirlos hoy. Nos falta pasión. No son los años, y el desencanto, no ha hecho estragos en nuestra memoria-cuerpo. Es el miedo. No el miedo a defraudarnos, es el miedo a la realidad que nos ha sobrepasado.

No se trata de esa realidad de pagar cuentas mensuales, pagar el préstamo en el banco, de la compra del supermercado, de las reuniones pendientes, de que mañana viene el jardinero, ni que estaría bien pintar la casa este verano.

Seamos sinceros Amor, no hay pasión, no existe el momento adecuado para fundirnos como ayer. Vienen las réplicas del terremoto, y aún …

no llega el agua,
no hay comunicación telefónica,
debemos sacar escombros,
no sabemos nada,
no estábamos preparados
no tenemos demasiada comida

pero aún
estamos vivos.

lunes, 15 de marzo de 2010

Terremoto. Después y Durante la pesadilla


Ahora que cada uno pesa y equilibra su propia realidad,
que muchos han perdido tanto y otros han perdido todo
ahora que el ladrido de los perros vuelve a ser normal
que las voces y sueños guardados por años en los adobes
vuelan sin dirección por las calles cubiertas de escombros.

Ahora que hemos recordado lo frágil que somos
pienso en el cansancio trenzado al dolor
en la esperanza que el único futuro que entrega
es respirar por el momento
es respirar el momento.

Ahora que no hay tiempo de soñar
ni de escupir para el cielo
pienso en las manos entregadas
en las mentes aturdidas por la realidad
en los cuerpos cansados que entregan auxilio.

Sí, es tiempo de no pensar en nada
es tiempo de hacer todo, de todo y
para todos sin mirar lo que nos divide.

Quizás algún día volveremos a ser los mismos,
por ahora sólo nos queda sepultar a los caídos,
y dolerse mientras se retiran los escombros
y levantar con luto la nueva casa que nunca
tendrá el mismo calor ni color de antes.

Ahora que tenemos tanta realidad encima
Tiemblo mientras lloro y lloro por el dolor
de quien no tiene madre, padre, esposa o un hijo
Lloro sin mocos, sin lágrimas, sin sollozos
ni gemidos.
Tan sólo lloro en palabras y las palabras
no entregan consuelo,
¡Por primera vez no entregan consuelo!
Y es que están llorando mientras y cuando
las escribo.

martes, 9 de marzo de 2010

ERA UN BUEN DIA VIERNES ...


Es viernes. Ultimo viernes de febrero y de las vacaciones de verano. Ultimo fin de semana para regresar al hogar, descansar y ordenar todo para comenzar marzo. Los noticieros repetirán las mismas noticias de todos los años. Pero no, la madrugada del sábado 27 de febrero, interrumpió la rutina social, laboral y psicológica.

Tres de la madrugada con treinta y cuatro minutos.
La tierra, la casa donde habitamos gimió leve, mientras la luna estaba casi llena. Primero fue un pequeño gemido acercándose. Se corta la luz. La tierra, con permiso o sin permiso de los dioses, bosteza en forma prolongada despertando al océano. De pronto la tierra, pasa sobre las paredes de nuestro hogar, sobre calles, plazas, iglesias, oficinas, centros comerciales. Pasa como novia huyendo del mar, y el mar la sigue arrasando con los hogares de la costa de este enjuto país llamado Chile.

El gemido y bostezo de la tierra es acompañado por loza y vidrios que se quiebran, paredes, postes de luz y estatuas que se derrumban, mientras los corazones palpitando fuerte, esperan, esperan, esperan por dos minutos y medio, esperan que lo inimaginable pase. Y pasa. Y pasan las olas ahogando gritos y separando las manos unidas.

Tres de la madrugada con treinta y seis minutos y treinta segundos.
Aturdidos, nos reconocemos vivos, sin saber aún, que somos sobrevivientes. Llamamos, pero teléfonos y celulares no funcionan. Somos náufragos de una ciudad caída. Algunos, recogemos lo caído. Otros, buscan a sus seres amados, mientras la luna casi llena, alumbra lo inimaginable.

Amanece, los primeros rayos del sol permiten ver lo que tan sólo se oía. Todo está bajo nuestros pies, pueblos y ciudades yacen bajo nuestros pies, pero en forma de escombros.
Continuamos aturdidos. Se respira en forma lenta y a veces apresurada, juntamos agua, juntamos agua. No hay más agua, y el hambre con los nervios, desaparece y se pierde como la rutina del último viernes de febrero.

Todo cambia. Todo cambió. Lo inimaginable, es realidad. Despertamos sin dormir con una luz en las pupilas que irradia tristeza y humildad. De pronto, saludamos al desconocido que nos mira. De pronto miramos y reconocemos al otro, como un ser humano que ha pasado lo mismo o algo peor que nosotros. De pronto somos todos iguales y nos necesitamos.

Caminamos por las calles que ya no tienen el ruido de antes, no existe el ruido, no existe la sonrisa, ni siquiera sonreímos porque estamos vivos. El dolor por la tragedia supera cualquier sonrisa y nos unimos al dolor del otro que perdió a un ser amado y al sobreviviente que lo perdió todo. Como nunca el pueblo, la ciudad, el país, se transforma en manos que ayudan a sacar escombros, a secar lágrimas, a llevar alimento, a llevar agua. A llevar agua.

Somos huérfanos de un país donde gobierno ni credos religiosos pueden dar certeza de tranquilidad. Somos una pequeña isla frágil y dolorosa como Haití y Etiopía. Un lugar, como cualquier lugar del mundo, que recibe la bofetada, sin que ciencia, religión ni estado puedan detener la mano dura de la naturaleza.

A siete días del viernes pasado, la tristeza aumenta y se detiene. Quizás nos estamos levantando, quizás continuemos saludando al otro sobreviviente. La única certeza es que todo ha cambiado, que ya no somos lo mismo de antes y que debemos reconstruirnos a pesar de la mano empuñada que mantiene la naturaleza sobre nuestras vidas.