lunes, 2 de octubre de 2006

Juana Inés de la Cruz


SABIDURIA CASTIGADA

Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, fue una niña prodigio, quien a los tres años acompañaba a escondidas a su hermana a clases, fue así como aprendió a leer. Después vive en el pueblo de Panoaya con su abuelo Pedro Ramírez, quien tenía una biblioteca de la cual nuestra Juana Inés alimentaba su espíritu, sin importar los castigos a los que era sometida. Gracias al contacto permanente con los indígenas aprende a hablar Náhuatl. Luego es trasladada a la ciudad de México a vivir con unos parientes de su madre, quienes la enviaron a estudiar latín, para gran sorpresa de todos, aprendió esta lengua en sólo en 20 clases.

A los trece años es llevada a la Corte Virreinal para convertirse en dama de compañía de la virreina doña Leonor Carreto, Marquesa de Mancera, dama culta y muy inclinada a las letras. Poco antes de los diez y seis años decide no contraer matrimonio para dedicarse exclusivamente al arte. El único camino a seguir para continuar con sus estudios es el convento, sabía que la iglesia contaba con una variada y extensa biblioteca que no estaba al alcance del público. Es así como opta por recluirse en el convento de San José de las Carmelitas Descalzas, donde sólo está tres meses y se enferma, por lo que debe regresar a palacio, después de un año y medio regresa a la vida religiosa en el Convento de San Jerónimo es así como el 24 de febrero de 1669, toma los votos para convertirse en Sor Juana Inés de la Cruz.

Sus lecturas ahora continuaban siendo objeto de regaños ya que su confesor el padre Antonio Núñez de Miranda, le reprochaba que escribiera, como también que tuviera el hábito de la lectura porque no eran actividades bien vistas para una monja. Fue castigada en la infancia y luego en su vida adulta por la pasión que la mantuvo despierta durante su corta vida.

Una de las cualidades de esta célebre mujer, fue la capacidad de renuncia que tuvo para seguir el camino que realizaría y culminaría la razón de sus sueños. Esta capacidad de seguir soñando sin medir el tiempo, no fue fácil ya que tuvo opositores de poder, que celosos de su genialidad y sabiduría, pretendían hacerla callar. Su capacidad de renuncia es amor al arte, el cual la poseyó por completo desde su infancia. Las lecturas la embrujaron a tal punto que sólo encontró reposo y deleite en las páginas de un libro.

No quiso nada de lo poco que en ese tiempo el mundo ofrecía a las mujeres. La pasión por escribir levantó en su alma un templo donde rendirle tributo a la diosa “poesía”. Renunció a vivir en palacio y llevar una vida confortable, cotidianidad cercana al placer buscado por cualquier mortal que sólo pretende anhela lujo y comodidad. Su enclaustramiento sólo puede responder a las ansias infinitas del silencio que se requiere para leer y escribir, no necesitó sumergirse en lo cotidiano para comprender y sentir el pulso de la rutina vivida en sociedad. Optó por silencio y quietud para oír las voces sufrientes del pueblo de su alma, renunció al baile del palacio para bailar con la sombra de su pluma la melodía que entonan las palabras.

Como fiel espectadora contempla desde el balcón la escena social, mira como actúan hombres y mujeres en el teatro de la vida, para luego volcarse sobre sí misma y escribir en forma certera y visionaria uno de sus más conocidos poemas, en el cual en forma delicada y directa reprocha a los hombres la forma de ser de las mujeres. Este poema hasta el día de hoy aún está vigente, el tiempo no ha devorado el sentido de sus palabras y se ha encargado de mantenerlo joven y fresco para el deleite de todas las generaciones que han pasado por la historia. Declama la realidad del sexo femenino en sesenta y ocho versos de impresionante melodía.

“Hombres necios, que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;
si con ansias sin igual
solicitais su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?.”

El inicio del poema plantea una verdad general, la que después se irá convirtiendo en verdades particulares sin perder, en ningún momento, el hilo conductual que cruza todo el poema.

El desgarro sentido ante la magia que encierran las palabras la convirtió en una persona de carácter fuerte al momento de defender sus planteamientos, como también en un ser puro de espíritu, donde la sensibilidad fue una sutil daga incrustada con delicadeza en el velo de la sociedad.

A pesar de su firmeza tiene que haber sufrido demasiado, porque sintió demasiado el honor y la furia que el destino depara a los humanos. Se dolió ante la forma concreta que toma la vida para manifestarse. Esta manifestación la resume en su rostro, pintando un retrato con palabras que no se pueden plasmar en un cuadro, porque cada verso tiene una forma etérea donde sólo la imaginación puede leer y entender el mensaje que nos envía de cómo es ella en su aspecto exterior:

“Este que ves engaño colorido
que del arte ostentado los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;
éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores
y venciendo del tiempo los rigores
triunfa de la vejez y del olvido:
es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado,
es una necia inteligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada”.

La poesía cubrió por entero su naturaleza, la colmó de un amor tan fecundo que no dejó en su corazón un espacio libre para que fuera ocupado por seres ajenos o distantes a su humilde reinado poético. La sangre caminó por su espíritu, su espíritu se convirtió en sangre para amar el relieve armónico que hacen las palabras en el instante preciso en que son escritas.

Enamorada del amor sublime, se dejó abrazar por los libros, para sentir como el calor de aquellas páginas alimentaban su existencia, imaginó mundos donde la música iluminaba el camino del viento, para que pudiera tomar del infinito los escritos que parió en cada estación vivida entre murallas y ventanas del convento, entre gentes que supieron el valor de su respiro y otros que anhelaban borrar el paisaje real de sus sueños, quizás por celos o simplemente porque era mujer, pensaba y era valorada por quienes no miden la inteligencia por el color del sexo.

Con escasos cuarenta y tres años y con la sabiduría de una anciana, se enferma gravemente a causa de una epidemia, antes de morir es obligada a deshacerse de su biblioteca e instrumentos musicales. Hasta el final de sus días Sor Juana Inés de la Cruz, es castigada por haber nacido y vivido bajo el signo de las almas sensibles, como si fuera culpable de haber sido llamada, de haber sido elegida para ser diosa y escribir en el libro de los inmortales.