jueves, 14 de febrero de 2008

Desnudez Pública




A las nueve de la mañana, hoy catorce de febrero, la sombra minúscula de un edificio contempló la normalidad milenaria de cómo se revelan los misterios. Por mi trabajo poético, hoy, posé, desnuda, en la calle. Debía ser así, desnuda, en medio, al frente, detrás, al lado de la gente.

Pero esta desnudez no es capricho ni provocación, es el estado de vulnerabilidad que padecemos las personas que buscamos trabajo. Pero no quiero hablar de la realidad de una cesante, del estar desnuda y ser el blanco de las miradas cruzando la epidermis de todas mis emociones.

Quiero hablar del encuentro íntimo que tuve conmigo en plena vía pública.

Siempre me he sentido extraviada, como si yo fuera la palabra FIN aparecida erróneamente en la mitad de un texto. Siempre sola, con una soledad sospechosa, sobredivina y sobrehumana. Soledad celestial que salva pero también condena. Soledad en familia, en fiestas, en orgasmos. Soledad cuando recojo mi carne y memoria de las alamedas nubladas del infierno.

Siempre diferente, pretendiendo ser normal. Pero esta mañana al sentarme desnuda en una banca y después de caminar desnuda entre la ciudad vestida, sentí libertad, y mi desnudez dijo por mí: “Miren, ésta soy yo, y ésta es la forma, el color y la piel de mi alma”.


Aún huelo los matices de la plenitud y desde hoy, creo que la vida es un trozo de sueño, que deberíamos vivir despiertos.


El trabajo terminó después de recorrer tres puntos céntricos de la ciudad, y cada vez que me cubrían, guardé un trozo de eternidad pura, tomada en un día normal, a la hora en que otro mundo empieza a las nueve de la mañana.

Gracias a mis amigas Loreto Pérez y Alejandra Albornoz por acompañarme al cielo.

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