viernes, 17 de noviembre de 2006

Inviernos con la Abuela


Hoy amaneció con neblina. Con esa niebla que gotea intermitente y cae en pequeños ruidos sobre el techo. Hace frío le digo a la abuela. No mucho, me responde, antes los inviernos eran inviernos, la calle brillaba por la helada caída durante la noche y luego la helá se subía y llovía con frío.

No quiso ir a vivir con nadie después que murió el abuelo. “Nadie decide por mi y no soy un mueble” nos dijo mientras golpeaba con el bastón el piso encerado de la cocina. “Dios sabe cuando y como tengo que morir”, dijo mientras atizaba el fuego del brasero para terminar de coser las churrascas.

Desde entonces nos turnamos para venir a verla. Este fin de semana es mi turno. Estamos en la boca del invierno, en esta época la abuela comienza a leer el génesis y a tomar milo. Una serenidad intocable cuelga de sus sienes y lo único que espera es partir a los brazos del abuelo. Le dice a Dios que ya está bueno, que es hora. Pero Dios aún la tiene como roble cuidando el jardín, la pequeña huerta donde saca todos los días hierba para el mate.

Esa biblia quizás cuantas veces ha sido leída, página a página durante un año y siempre el génesis comienza a leerlo a la entrada del invierno. Hoy el día comenzó con neblina. La miro: Miro la estufa a gas intacta, el teléfono con un paño encima, intacto, así como divino o como un templo intocado y respiro tranquila. Apago el celular y me entrego a su mundo de churrascas, café de trigo, mate y de almuerzo, de almuerzo hoy tiene pantrucas.

Me olvido de la comida rápida, las papas fritas y salgo los domingos de su mundo, oliendo a carbón y naftalina, pero salgo renovada y feliz y comprendo el mundo con su sabiduría, con esa eterna serenidad que sólo ella transmite a mi convulsionado mundo.

Sabiendo que no creo, me lee algunos párrafos de su biblia, luego cierra el libro y me habla en murmullos. Sus palabras suavizan la dureza de mi rostro al sentir que sin hablarle de mi rutina, me conoce, me reconoce y alberga como dios primerizo buscando oídos para justificar su presencia.
La abuela tiene que morir algún día, lo sé, lo que no entiendo y no comprendo es como empezar un invierno, el primer invierno cuando ella sea la neblina que caiga silenciosa por el techo.

No hay comentarios.: