
una tarde de ésas,
calladas con frío
entraste mirando la hora
desabitado del mundo
descalzo de memoria
solitario triste y vivo
respirando por casualidad
cerca de mi boca
En un segundo tus manos
fugaces eternas
escarban el polvo
que será algún día mi cuerpo
tus manos incontroladas
corriendo a prisa entre mis senos
y la falda.
Aguas libidinosas, oscuras, obscenas
inundan nuestra piel
el fuego de las bocas estrellándose
buscando el natural y apurado descanso
para esta fiebre que sale descontrolada
en forma de gemido y alivio.
La ciudad espera, no hay tiempo, miras la hora
el pulso agitado no responde a lo formal
de nuestra ropa.
Salimos como entramos,
siendo dos perfectos extraños
y el ascensor como nosotros
vuelve al curso normal
de un buen día terminado.