miércoles, 16 de agosto de 2006

Complemento de Vida



Durante muchos años trabajé en mi profesión de Secretaria, a su vez continuaba cultivando el oficio de Poeta, el cual ha podido rescatarme de algunos infiernos, como también me ha arrojado a otros, de donde el regreso siempre ha sido con algunos rasguños en alma y cuerpo. Cuando trabajaba anhelaba tener más tiempo para dedicarme a escribir, y ahora que estoy cesante, al cien por ciento desocupada, con la humedad del ocio en cada rincón de mis pasos, resulta que apenas logro concentrarme en las mil maravillas que antes anhelaba hacer.

Todos los lunes hago un aseo general en la casa, pero el resto de la semana quedo desocupada después del desayuno, he aprendido a distribuir el tiempo, entre lectura, corrección de algunos escritos y creación y aunque todo me apasiona existen días en que la angustia me la bebo junto a la primera taza de café de la mañana. Entonces me arreglo y salgo un poco producida a visitar a un amigo que trabaje en el centro de la ciudad. Mientras me cambio de ropa y me pinto los labios, pienso que mi visita debe ser motivo de alegría, por lo que hago un esfuerzo sobrehumano para ponerme una sonrisa en boca y mirada, para no molestar a nadie con esta realidad a la que nadie quiere pertenecer.

No es que me engañe o esconda mi dolor, se trata solamente de sobrellevar con tranquilidad esta situación que no se sabe cuanto tiempo durará. Las preocupaciones por lo cotidiano, perturban la creación, sobretodo a fin de mes cuando aparecen por debajo de la puerta las cuentas de luz y agua. Tener todo el tiempo para dedicarlo solamente a escribir no basta, los seres humanos somos un complemento en base a realidad, espíritu y sueños, vivir solamente en un extremo no es bueno. Si se vive sólo en la realidad podemos caer en la ambición desmedida por lo material, si queremos vivir sólo del espíritu y de los sueños, caeremos en sucesivos espejismos.

Una de las ventajas de estar cesante son las largas caminatas, para economizar pasaje vamos caminando, el día se acorta porque se debe salir de casa con unos cuarenta minutos de anticipación, para llegar a buena hora al punto de encuentro. Otra ventaja es que se aprende a vivir con menos, como también a valorar más las pequeñas cosas que forman el todo de la rutina, hay tiempo para meditar, para ordenar la casa. La casa que nos cobija entre sus cuatro paredes, y la casa que llevamos dentro de nosotros mismos. En estos meses de ocio fecundo he aprendido a cocinar otras cosas que no son huevos fritos, algo se aprende con tanto silencio, silencio obligado en aras de la economía, porque la radio la enciendo sólo algunas horas de la mañana. Estar cesante no es una tragedia, es una realidad desbordante que asfixia sobre todo a quien tiene hijos y deudas, en este caso miedo y angustia van de la mano hacia el templo de la desesperación.

No es mi caso, desde muy temprana edad renuncié a ciertas normalidades de la vida (matrimonio, hijos) para dedicarme solamente al oficio que hasta el día de hoy me acompaña, pero que ahora quiere abandonarme, al parecer estoy demasiado cansada de caminar por las paredes, de mirar el tráfico incesante de maniquíes humanos caminando cada cual hacia su propia tragedia. Al mirarlos es como volver la vista atrás y mirarme, decir “Así era yo, así como ellos” ahora no soy muy diferente, quizás sólo tenga un poco más de hambre, y me pregunto como caminaré cuando encuentre trabajo. Lo más probable es que mis pasos vuelvan a la velocidad, la mirada se volcará en un punto fijo y el espíritu tendrá la sensación de estar llegando a puerto. Por el momento debo conformarme con la inestabilidad, levantarme temprano todos los días, aunque un poco más tarde, y ordenar los sueños de escribir algo con la esperanza que algún día pueda vivir de la venta de mis libros para dejar de sentir esta pequeña humildad que roza la humillación. Es cierto un dejo de humillación se aloja dentro de la persona y una cierta humildad comienza a vestirse con nuestras ropas. Pero no importa son experiencias de vida que no están registradas en ningún título profesional, sólo se aprenden y se perfeccionan en las almohadas de la calle.

Talca está empapelado con mi curriculo vitae, voy donde me digan, más no puedo hacer, estoy tranquila, aunque la desesperación como hoy me envuelve, pero soy zorra vieja y se que debo quedarme en la trinchera soportando el mordisco, esperando que se termine este ciclo, leyendo y escribiendo aunque no pueda, pero hacer algo que me haga sentir útil aunque a la sociedad, al mercado y al mundo no le sirva, porque no existe lucro, impuesto, ni se puede tranzar en la bolsa de valores. El eje de mi vida tiene tres estaciones, una de ellas es escribir porque escribiendo estoy viva y vivo aunque haya escrito desde el infierno, aunque hayan tenido que recogerme de tantos lugares sospechosos y culpables, escribo y vivo y muero y soporto cualquier pellejería porque la vida del escribiente nace del dolor y de la burla y de la muerte. Muerte que a veces se provoca para ir en búsqueda de un verso, escrito a orillas de la noche.

Que me disculpen los colegas de la cesantía por hacer de este ocio un emblema, que me perdonen los que se levantan a las seis ó siete de la mañana para ir a trabajar, mientras yo recién me voy a la cama, y es que escribir me ha salvado de la desesperanza de vivir, trabajar y morir, y el trabajo me ha salvado solamente de no tener hambre.
mañana de agosto 10:20 AM

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