Recuerdo que existe una planicie: suave, blanca; que en noches apacibles solía acariciar buscando horizontes donde sucumbir y renovar las energías acumuladas por la rutina.
Recuerdo cuando deteníamos el tiempo, y el tiempo se quedaba afuera devorando a su paso todo el mundo que no entraba a esta habitación. A este lecho testigo del zigzag de nuestras caderas, de los gemidos, de los besos y las manos ardientes que buscaban, siempre buscaban una nueva forma para convertirnos en un solo cuerpo.
Recuerdo, la desesperación placentera, esa paz esparcida en cuerpo-alma. El silencio interrumpido solamente, por la agitada respiración, que lenta, volvía a ser normal, entregándonos después, a los brazos de Morfeo.
Tantos recuerdos imposibles de revivirlos hoy. Nos falta pasión. No son los años, y el desencanto, no ha hecho estragos en nuestra memoria-cuerpo. Es el miedo. No el miedo a defraudarnos, es el miedo a la realidad que nos ha sobrepasado.
No se trata de esa realidad de pagar cuentas mensuales, pagar el préstamo en el banco, de la compra del supermercado, de las reuniones pendientes, de que mañana viene el jardinero, ni que estaría bien pintar la casa este verano.
Seamos sinceros Amor, no hay pasión, no existe el momento adecuado para fundirnos como ayer. Vienen las réplicas del terremoto, y aún …
no llega el agua,
no hay comunicación telefónica,
debemos sacar escombros,
no sabemos nada,
no estábamos preparados
no tenemos demasiada comida
pero aún
estamos vivos.