jueves, 4 de septiembre de 2008

Nocturna


Deja la luna donde está, no me quites la noche. Bien sabes que los días siempre muerden el azul de mis caderas.

No hables del sol que nos alumbra y entrega tibieza, quiero tan sólo el ruido de las estrellas mientras me visto de diosa o perra.

Deja las cortinas cerradas, hoy la noche no quiere salir y yo, no quiero mirar calles, semáforos hirviendo, almas cansadas que lloran y ríen con la misma saliva.

Permite que la belleza del ripio llegue a mi garganta, necesito este destierro, esta huída de mi cuerpo hacia mi propio cuerpo, este rodar permanente, este quedar ovillada bajo mi propia lengua.

A veces no soporto tantas vidas dentro de mi propia vida, tanto ruido, tanta carcajada y funerales rodando por la comisura de mis pupilas.

Quizás por eso mi alma no se reconoce en mi cuerpo y soy esta forma laberíntica, este faro permanente. Este puerto que sólo recibe naufragios.

No me pienses. Soy demasiada ausencia. No me pienses, tu pensamiento puede quebrar las articulaciones de esta vida que no calza con la horma de los sueños.

Deja que la noche se quede con su silencio de árbol dormido. Deja que sea en mí, como yo he sido en sus sombras.

Deja que me inunde, me recorra. La noche también es una ruina olvidada de dios.

Déjanos rodar y caer sobre nuestro destierro. Nadie comprenderá la huída, pero no pensamos en los otros. Sólo queremos ser, bebernos una a la otra hasta cerrar los círculos abiertos de la memoria.

Deja las cortinas cerradas que la noche aún disfruta el jardín de mis laberintos.